El día de la madre se ha convertido en una horda de compradores y consumidoras. Nunca sabremos con certeza qué genera un presente en una madre, pero, por ahora, me parece más una convención, un requisito social para ser hijo o hija. Hoy no haré apología de la “madre perfecta”, esa mujer urbana, de mirada amorosa y arropada de hijitos de almanaque. No. Tampoco mencionaré a la madre rural, esa que procesiona con sus hijos en la espalda y que ofrece imágenes ambivalentes (“coraje” o “desgrashia”). Con el permiso de la Gran Madre, hoy haré apología a las madres que conozco. A por ellas: Por la madre-niña, que no quiso ser madre. Por la madre que parió sin querer y que dejó a sus hijos al cuidado del Universo. Por la madre joven que trata de “hermanito” a su hijo mayor. Por la madre que interrumpió la gestación, pero que aún así se siente madre. Por la madre que acogió a hijos ajenos como si fueran suyos. Por la madre que tiene hijos de varios padres, pero que a todos ama como a uno. Por
Algunas reflexiones que preceden a mi andar