Esa conversación indujo a las
preocupaciones como la mala digestión al vómito. Mal día para sacar al sol los
sentimientos aprisionados en esta garganta desagradecida; ni siquiera tuve
oportunidad para quejarme del clima como para disimular. Así fue que salió de
sus labios esa pregunta que sentí avinagrada: ¿Por qué te preocupas tanto? ¿De
qué te preocupas tanto? Y él mismo se respondió para hacérmelo saber: no me
preocupa cuántos hijos tendré, sino oponerme a la fertilidad de la Naturaleza;
no me preocupa la educación de mis hijos, sino las enseñanzas que deben poner
en práctica; no me preocupa su profesión, sino que olviden la escuela del eterno
aprendizaje; no me preocupa el alimento del día, sino dejar de nutrirme de la Fe;
no me preocupa la falta de dinero, sino que se agote la bondad de la Providencia.
Como podrás ver querido amigo –siguió hablando- me preocupo más de lo que debería.
No importa el motivo ahora, pero hay días que amanecen oscuros. Son esos días malnacidos en que nos metemos de lleno al hoyo de nuestros vicios e imprudencias. Días negros, malditos. Están cargados de rabia, odio, frustración, decepción y cólera. Estos sentimientos hacen de la oscuridad un lugar acogedor desde donde disparamos los dardos envenenados más certeros para desmenuzar lo que hemos construido o lo que tanto nos costó amar. Nos convertimos en esa parte del universo, la que absorbe todo a su paso, incluyendo la luz de las estrellas y los pedacitos estelares de pan, somos agujeros negros en plena y orgullosa acción. ¡Así se van al carajo "esos días maravillosos" y se acabaron las "palabras de amor" para todos! Sí pues, esas caídas en el hoyo de nuestras negras emociones son constantes en nosotros los seres ordinarios. Sí pues, la furia, la rabia y todo aquello es parte de nuestra vida y así será siempre, hasta que aprendamos a manejarlas. Pero hasta ...
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