Esa conversación indujo a las
preocupaciones como la mala digestión al vómito. Mal día para sacar al sol los
sentimientos aprisionados en esta garganta desagradecida; ni siquiera tuve
oportunidad para quejarme del clima como para disimular. Así fue que salió de
sus labios esa pregunta que sentí avinagrada: ¿Por qué te preocupas tanto? ¿De
qué te preocupas tanto? Y él mismo se respondió para hacérmelo saber: no me
preocupa cuántos hijos tendré, sino oponerme a la fertilidad de la Naturaleza;
no me preocupa la educación de mis hijos, sino las enseñanzas que deben poner
en práctica; no me preocupa su profesión, sino que olviden la escuela del eterno
aprendizaje; no me preocupa el alimento del día, sino dejar de nutrirme de la Fe;
no me preocupa la falta de dinero, sino que se agote la bondad de la Providencia.
Como podrás ver querido amigo –siguió hablando- me preocupo más de lo que debería.
No lo busquemos en la Municipalidad, porque sería una marioneta. No lo busquemos en el Inti Raymi, porque sería un divo arrogante. No lo busquemos en el teatro, porque sería un wachu actor. No lo busquemos en las panacas ni en los ayllus reales, porque sería inalcanzable, exclusivo. No lo busquemos en la piedra de los 12 ángulos, porque sería un mercachifle. ¿Dónde, entonces? (¡Hipólito, Umut'u, dónde estás!) Mientras tanto y, sin embargo, yo he visto a un Inka, a un Sapan Inka, molesto, hastiado, indignado, iracundo, agarrando una barreta que no es de oro, sino de cobre robado y punta hiriente. Lo he visto picando, fuera de sí, una piedra que solo vale por sus ángulos. Lo he visto, eufórico, rescribiendo esa piedra turistiquera (como Jesusito, con látigo en mano, en la casa de su padre). Lo he visto, airado, perdido, ido... tratando de destruir lo que ha construido. Sí, yo he visto a un Inka, a un Sapan Inka, a uno de verdacito, a uno que es del pueblo, aunqu...
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