Encumbrado por su imaginación y su ego, se vio meditando en lo alto de la montaña;
sentíase completo, armónico,
imperecedero, sustancial. Fue entonces cuando apareció ante él uno igual, pero en
cambio era oscuro, profundo, serio, casi enojado, y de frente y sin titubeos
dijo: "¿Quién eres?". Confiado en su certeza el encumbrado respondió:
"Soy luz y alegría". El oscuro ni se inmutó, y volvió a preguntar así
de serio, casi enojado: "¿Y qué haces?". Más seguro todavía aquel
respondió: "Cumpliendo con mi Propósito". El profundo, el oscuro, le
dijo: "Para mí no eres más que un pobre estúpido". El encumbrado
sonrío y mientras descendía se había dado cuenta. Entonces, ya sin títulos ni
predestinación respondió: "Es cierto, eso también soy". Ambos se
miraron y sin pensarlo ya eran uno, y desde ese momento, desde el interior de
la montaña, allí en medio de la base, entre el arriba y el abajo, él empezó a
existir tal cual era.
No importa el motivo ahora, pero hay días que amanecen oscuros. Son esos días malnacidos en que nos metemos de lleno al hoyo de nuestros vicios e imprudencias. Días negros, malditos. Están cargados de rabia, odio, frustración, decepción y cólera. Estos sentimientos hacen de la oscuridad un lugar acogedor desde donde disparamos los dardos envenenados más certeros para desmenuzar lo que hemos construido o lo que tanto nos costó amar. Nos convertimos en esa parte del universo, la que absorbe todo a su paso, incluyendo la luz de las estrellas y los pedacitos estelares de pan, somos agujeros negros en plena y orgullosa acción. ¡Así se van al carajo "esos días maravillosos" y se acabaron las "palabras de amor" para todos! Sí pues, esas caídas en el hoyo de nuestras negras emociones son constantes en nosotros los seres ordinarios. Sí pues, la furia, la rabia y todo aquello es parte de nuestra vida y así será siempre, hasta que aprendamos a manejarlas. Pero hasta ...
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