Encumbrado por su imaginación y su ego, se vio meditando en lo alto de la montaña;
sentíase completo, armónico,
imperecedero, sustancial. Fue entonces cuando apareció ante él uno igual, pero en
cambio era oscuro, profundo, serio, casi enojado, y de frente y sin titubeos
dijo: "¿Quién eres?". Confiado en su certeza el encumbrado respondió:
"Soy luz y alegría". El oscuro ni se inmutó, y volvió a preguntar así
de serio, casi enojado: "¿Y qué haces?". Más seguro todavía aquel
respondió: "Cumpliendo con mi Propósito". El profundo, el oscuro, le
dijo: "Para mí no eres más que un pobre estúpido". El encumbrado
sonrío y mientras descendía se había dado cuenta. Entonces, ya sin títulos ni
predestinación respondió: "Es cierto, eso también soy". Ambos se
miraron y sin pensarlo ya eran uno, y desde ese momento, desde el interior de
la montaña, allí en medio de la base, entre el arriba y el abajo, él empezó a
existir tal cual era.
No lo busquemos en la Municipalidad, porque sería una marioneta. No lo busquemos en el Inti Raymi, porque sería un divo arrogante. No lo busquemos en el teatro, porque sería un wachu actor. No lo busquemos en las panacas ni en los ayllus reales, porque sería inalcanzable, exclusivo. No lo busquemos en la piedra de los 12 ángulos, porque sería un mercachifle. ¿Dónde, entonces? (¡Hipólito, Umut'u, dónde estás!) Mientras tanto y, sin embargo, yo he visto a un Inka, a un Sapan Inka, molesto, hastiado, indignado, iracundo, agarrando una barreta que no es de oro, sino de cobre robado y punta hiriente. Lo he visto picando, fuera de sí, una piedra que solo vale por sus ángulos. Lo he visto, eufórico, rescribiendo esa piedra turistiquera (como Jesusito, con látigo en mano, en la casa de su padre). Lo he visto, airado, perdido, ido... tratando de destruir lo que ha construido. Sí, yo he visto a un Inka, a un Sapan Inka, a uno de verdacito, a uno que es del pueblo, aunqu...
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