Incrédulo por sobre los demás y seguro de sus remedios y de su ciencia, iba por el pueblo irradiando a diestra y siniestra recetas infalibles de laboratorios y probetas. Desatento a las señales, desatento a lo que realmente hacía falta porque en sí mismo sentíase completo, no pudo prevenir lo que sabía prevenir y cayó enfermo, grave. Ya en reposo, aunque dependiente de otros, se dio cuenta que enfermó para aprender. El cuerpo secretaba el milagro de la sanación sin horarios ni prescripciones, apenas con un poquito de paciencia y atención, apenas con una pizquita de fe y oración. Entonces aprendió que la mejor medicina era el amor y el cariño proveído por quienes lo hacían sentir afortunado en todo momento.
No lo busquemos en la Municipalidad, porque sería una marioneta. No lo busquemos en el Inti Raymi, porque sería un divo arrogante. No lo busquemos en el teatro, porque sería un wachu actor. No lo busquemos en las panacas ni en los ayllus reales, porque sería inalcanzable, exclusivo. No lo busquemos en la piedra de los 12 ángulos, porque sería un mercachifle. ¿Dónde, entonces? (¡Hipólito, Umut'u, dónde estás!) Mientras tanto y, sin embargo, yo he visto a un Inka, a un Sapan Inka, molesto, hastiado, indignado, iracundo, agarrando una barreta que no es de oro, sino de cobre robado y punta hiriente. Lo he visto picando, fuera de sí, una piedra que solo vale por sus ángulos. Lo he visto, eufórico, rescribiendo esa piedra turistiquera (como Jesusito, con látigo en mano, en la casa de su padre). Lo he visto, airado, perdido, ido... tratando de destruir lo que ha construido. Sí, yo he visto a un Inka, a un Sapan Inka, a uno de verdacito, a uno que es del pueblo, aunqu...
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