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Miedo a la Ayahuasca

Hay dos tipos de miedo en aquellas personas que intentan imbuirse en los caminos de la Madresita Ayahuasca. Uno es el miedo previo de quienes no han probado la plantita, el que combustiona por el prejuicio y la ignorancia. Otro es el miedo de quienes, ya en la brega ayahuasquera, han visto y escuchado sin respaldo ni anestesia la desnuda verdad de sí mismos y de sus actos. Entonces uno es el miedo en pañales y el otro es el miedo orgánico, el cardinal. El uno presenta una escala en desuso por su insignificancia y el otro aún no encuentra el término adecuado para nominarlo como tal. Así pues, en los caminos de la Ayahuasca, si empiezas con miedo terminarás con miedo elevado al cuadrado, casi lidiando con el pánico. Entonces emerge una solución obvia:  hay que superar el miedo sin el desdén del sabelotodo y con la técnica del eterno aprendiz. Pero no estoy de acuerdo por ser una solución improcedente, ya que, como todo lo que vino con la Gran Creación, el miedo es parte de nosotros y solo podemos asumir su muerte por arrogancia. En este punto advierto otra salida: poner al nivel del miedo su contraparte, el coraje, pero ante todo debemos elevar a la enésima potencia la Fe. Sin Fe, la cuesta que lleva al milagro de la Suprema Conciencia sería un martirio o un sacrificio, pero con Fe es una serie de peldaños que se conquistan con entusiasmo predicador.

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No importa el motivo ahora, pero hay días que amanecen oscuros. Son esos días malnacidos en que nos metemos de lleno al hoyo de nuestros vicios e imprudencias. Días negros, malditos. Están cargados de rabia, odio, frustración, decepción y cólera. Estos sentimientos hacen de la oscuridad un lugar acogedor desde donde disparamos los dardos envenenados más certeros para desmenuzar lo que hemos construido o lo que tanto nos costó amar. Nos convertimos en esa parte del universo, la que absorbe todo a su paso, incluyendo la luz de las estrellas y los pedacitos estelares de pan, somos agujeros negros en plena y orgullosa acción. ¡Así se van al carajo "esos días maravillosos" y se acabaron las "palabras de amor" para todos! Sí pues, esas caídas en el hoyo de nuestras negras emociones son constantes en nosotros los seres ordinarios. Sí pues, la furia, la rabia y todo aquello es parte de nuestra vida y así será siempre, hasta que aprendamos a manejarlas. Pero hasta ...

El poema que me pedisteís

¿Quieres un poema? Pues allá va. Pero te advierto, será un reclamo, una pausa. ¿Hablará de amor? Por su puesto, pero no será romántico, será un chanque, tipo “toda la noche canchis, canchis”. … Me dices: “Doooosio, hace tiempo que no me escribes un poema”. Me pregunto: ¿Será por mi ausencia o por tu pena? Son ambos. ¿Me exiges un poema porque ya no te quiero escribir? o ¿Me exiges un poema para exigirte a ti? Son ambos. Yo, signado por las distracciones y dedicado a los hermanos mayores, los indígenas. Y tú, marcada por la pérdida y atribulada por los caprichitos de nuestras hijas, las crespitas. Aún así, aunque el día duele, la noche, para ambos, es un consuelo, porque nos abrazamos. Ya no estaremos al día siguiente; seremos ausentes, otra vez. Los reencuentros son de noche, en el lecho. Amaneceremos erizados, lanzando las punzadas que para mí son bromas y para ti ofensas. Pero en la noche, en la camita, no habrá frío, no habrá helada de junio, eso es seguro. … ¿Quieres un poema? Pues...

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Hay veces en que me siento un Apuchin, e inflo el pecho como todo espadachín. Esto pasa cuando encuentro a alguien chiquitín. Hay veces en que me siento nadies , porque digo inocentadas y me trago desaires. Esto pasa cuando alguien me habla con insuflados aires. Hay veces en que me desconozco. Soy torpe, iracundo y tosco, pero soy yo, lo confieso, y no alguno de los Orozco. Hay veces, ocasiones,  en que canto, rezo, oro, y vibro. Y entonces,  curo, sano, y limpio. Y mi voz no es la mía,  es la de otro. Hay veces, como ahora, en que me siento pleno, tranquilo, sin el tiempo, como quien regresa al seno. Seguro que alguien dirá que estoy en algo bueno.  A veces soy uno u otro,  pero muy pocas veces, uno. Soy todos ellos, pero más que nada,  me gustaría ser solo uno.  Y aunque puedo escoger ser todos, elijo el que está aquí,  el que escribe en su mente estos pensamientos. 

Encantamiento para la mujer amada

Llevo 20 años de casado y debo confesar que estos últimos meses, como dice mi mujer, he estado distante. Algo de verdad tienen sus palabras, porque una mujer sabe. Entonces, hoy, mientras leía, encontré una receta para atizar el fuego del maridaje. Dice así: “[hay que] cantar a nuestra mujer […] Para que nuestra mujer nos ame”.   Sí, en efecto, vale ir al karaoke y dedicarle la canción de enamorados o cantar con voz de gallo degollado el tema romántico de temporada (excepto Bad Bunny). También vale sorprenderla vestido de mariachi con micrófono en mano o hacer la fonomímica en calzoncillos. Sí, vale. Pero, esta receta no habla de ello, aunque se pueda interpretar así. Habla de otro tipo de canto, de un encantamiento.  El consejo proviene de un indígena amazónico del pueblo shuar, Jorge Caringkia. Dice que su padre y, especialmente su abuelo, le enseñaron a cantar para que su mujer siempre lo ame. Jorge, sin embargo, no precisa cómo, pero comprendo que se trata de un canto pers...

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Yo soy el kuraka, el señor todo bondadoso y comprensivo, el que cumple su palabra, el que lleva sonrisas y alegría. el que discursa con franqueza, el firme y certero, el inquebrantable, el permanente. Yo soy el kuraka, el que ofrece el corazón al bosque, el que se purifica en el río, el que disfruta desnudo la lluvia, el que bebe masato con algarabía, el que ofrece sin demora. Yo soy el kuraka, el que hallpa en compañía, el que viaja con paciencia, el que observa el infinito, el que contempla los cambios, el que compra de más. ¡Yo soy el abundante, el paciente, el alegre, el sincero, el inocente, el caminante firme, seguro e intrépido! Cusco, 23 de enero de 2020.