Auscultado en mil pedazos luego de una ardua batalla conmigo mismo, en donde no hay victorias ni derrotas, solo enseñanzas y decisiones, las palabras finales calan en el abrevadero de las pasiones y en las posturas fanfarronas: Hay tres comportamientos que me acosan, Señor. Mi irresponsabilidad cuando asumo compromisos, mi deber distraído cuando debo hacer lo que tengo que hacer y la inseguridad con que me disfrazo al momento de decidir. Tres formas de lo que soy, tres formas que ahora entiendo, Señor. He aprendido que estar malhumorado o triste por estas formas no es una consecuencia de lo que hago, de lo que pasa a mi alrededor o de lo que hacen los demás, es una consecuencia de mis interpretaciones. Felicidad o tristeza son estados mentales que dependen en gran parte de cómo interpreto las cosas y cómo me interpreto a mí mismo, Señor. He decidido -mientras el peso de la vacuidad decanta en mi espíritu- configurar mi estado mental en luz y alegría permanente, Señor.
No lo busquemos en la Municipalidad, porque sería una marioneta. No lo busquemos en el Inti Raymi, porque sería un divo arrogante. No lo busquemos en el teatro, porque sería un wachu actor. No lo busquemos en las panacas ni en los ayllus reales, porque sería inalcanzable, exclusivo. No lo busquemos en la piedra de los 12 ángulos, porque sería un mercachifle. ¿Dónde, entonces? (¡Hipólito, Umut'u, dónde estás!) Mientras tanto y, sin embargo, yo he visto a un Inka, a un Sapan Inka, molesto, hastiado, indignado, iracundo, agarrando una barreta que no es de oro, sino de cobre robado y punta hiriente. Lo he visto picando, fuera de sí, una piedra que solo vale por sus ángulos. Lo he visto, eufórico, rescribiendo esa piedra turistiquera (como Jesusito, con látigo en mano, en la casa de su padre). Lo he visto, airado, perdido, ido... tratando de destruir lo que ha construido. Sí, yo he visto a un Inka, a un Sapan Inka, a uno de verdacito, a uno que es del pueblo, aunqu...
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