Una pareja muy linda de mariposas, llena de ternura y sinceridad, tuvo muchos hijitos e hijitas. Como todos sabemos, las mariposas, antes de volar, son gusanitos largos y puntiagudos que suben por las ramitas para buscar las hojas más verdes y tiernas.
Como también sabemos, poco a poco, a medida que los gusanitos crecen y se alimentan, se convierten en lindas mariposas que vuelan de una flor a otra, comiendo el dulce néctar y revoloteando sus alitas para dar alegría al sol.
Pero antes de convertirse en mariposas, las larvitas tenían que hacer algo especial. Antes tenían que acercarse a sus papitos y escuchar sus consejos, y de acuerdo a la reacción de sus hijas e hijos, los padres escogían el color de las alas de las futuras maripositas.
De esta forma, uno a uno, los gusanitos se acercaban a sus padres, y después de escuchar sus consejos, salían volando como maripositas. Llegó el turno de Marita, la última larvita. Se inclinó ante sus padres con mucha reverencia y les dijo: -Papito, mamita, ¿qué necesito para ser una mariposita?- Con la ternura y la franqueza que los caracterizaba, ambos padres respondieron: Marita, debes hablar a todos y todas despacio y con palabras de amor, debes obedecer siempre a las personas mayores, debes pedir permiso y decir por favor en todo momento y, finalmente, debes aprender a explicar antes de tus uñas sacar.
De inmediato Marita levantó el rostro hacia sus papitos y saltó con mucha alegría diciendo: -Sí papito, sí mamita, hablaré con respeto, haré caso cuando me ordenen, pediré por favor y diré gracias, acariciaré antes de reaccionar… ¡Y mucho más papitos, seguiré abrazando y besando a todos, con más fuerza y amor!
Apenas terminó de hablar, sus pies se elevaron del suelo hasta quedar de puntillas. Pequeñas alitas color turquesa y amarillo comenzaron a brotar de su espalda. Le salió una trompita rosada, larga y enroscada, unos pelitos blancos y brillantes como el sol, unos ojitos marrones y saltones miraban al universo, y en su cabecita le salieron cabellitos dorados y ensortijados. Empezó a volar por todas partes, de aquí allá, de arriba abajo, muy veloz e intrépida, valiente y confiada… Todas las flores del jardín, que antes le habían negado su delicioso néctar, gritaron con alegría ¡Allí va Marita la Mariposita!
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