Para "chatá Raya", de Serjali,
el kuraka fundador que ayer,
cinco de abril de 2023,
retornó,
permanentemente,
a su forma divina.
Cuando yo era más niño (no cuando era niño), le cuestionaba a mi padre “¿Y dónde está Dios, papá?”, porque él decía que Dios estaba en todo y en todos. Entonces, yo miraba a todos y a todo, pero no encontraba al Señor Dios. Yo quería verlo en vivo y en directo.
Bueno, hoy tuve el placer de conocerlo, sinceramente. No es que se haya revelado a propósito ni que yo lo buscase, simplemente, cuando esta persona me miró, supe que era Él.
Por alguna razón, el encuentro tuvo que pasar aquí, en Serjali. Y es aquí, junto a Dios, que escribo estas líneas.
Dios es un viejito vetusto. Tiene el pelo largo de color negro, marrón y blanco. Sus cabellos están enmarañados, como sus huesos. Parece un hippie viejo. Tiene el rostro arrugado. Las uñas de los pies y de las manos son largas y negras. Está encorvado del todo y depende de un palo (no de un bastón) para caminar. De ropa, solo lleva una truza vieja y sucia que apenas se sujeta en alguna parte sobresaliente de sus huesudas caderas. Cuando camina, se le ve la parte superior de las nalgas. Me habla en un idioma ininteligible (¡Gracias a Dios no entendemos a Dios, quiero decir, por alguna razón Él no conversa directamente con nosotros! A Dios hay que disfrutarlo en modo contemplación, no hay que entenderlo, porque Él sabe lo que hace por nosotros).
Dios es un viejito que prende su candela como puede. Cocina agua (no calienta ni hierve) de no sé dónde (en Serjali no hay agua limpia), y lo hace en una olla pequeña, vieja y hueca. Cocina, tal vez, una pata de algún animal y unos frijoles que los robó de la candela vecina. Dios arregla sus días —y su dieta— con total naturalidad. Convive con dos perritos flacuchentos a quienes comparte, con amor, la poca comida que le llega (porque Él no produce su comida, la recibe). Así es Él conmigo también. Me comparte una yuca negra y sancochada, de no sé qué siglo.
Dios tiene los pies y las manos de eterno caminante. Guarda sus cosas en bolsas o costalillos amarrados infinitas veces.
Dios se sienta en su hamaca para comer, para dormir, para cocinar, para hablar. No sé dónde caga Dios, pero no creo que sea lejos de aquí (¡Le debe tomar una eternidad llegar allá!).
Pero, la pregunta es: ¿Cómo me di cuenta que estaba frente a la sublime presencia de Dios? Fue cuando chatá Raya me miró por un instante. Sus ojos son grandes y de color marrón claro, aunque están tapados con ese velo blanco de las cataratas. La luz no entra a sus ojos, sino que sale de ellos. Su mirada destella, desde el fondo, inocencia, calidez (como su voz), ternura, sabiduría, bondad, comprensión, preocupación.
…
Dios me interrumpe mientras escribo y me pide “pila, pila”. Quiere que en mi próxima visita le traiga baterías para su linterna que apenas alumbra. (A Dios no le importa la oscuridad, pero si hay una esperanza de luz, aunque sea pequeñita, entonces se sujeta a ella). Me sigue hablando, incluso parece que canta (que ikarea), pero no le entiendo.
Puedo identificarlo claramente, es Él. Todo el rostro de esta persona, toda su mirada, toda su estructura (esos huesos vetustos) se ha transfigurado, por un instante, en Dios. Él se pronunció, se reveló o simplemente tuve la capacidad de encontrarlo, finalmente. Dios está aquí, conmigo, en carne y hueso.
Me embarga la emoción y lloro. Por un instante —el mismo que Él usó para mostrarse— estalla en mí la revelación, ese conjunto de cápsulas emotivas que, al desbordarse, te dan la certeza de haber visto algo insólito.
Dios se ha ido. Ahora es el anciano Raya, otra vez. Cuando yo sea más viejo (no viejo), quiero ser como él.
Donaldo Humberto Pinedo Macedo, asentamiento de Santa Rosa de Serjali, río Mishagua, miércoles 26 de octubre de 2022.
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