Llevo 20 años de casado y debo confesar que estos últimos meses, como dice mi mujer, he estado distante. Algo de verdad tienen sus palabras, porque una mujer sabe. Entonces, hoy, mientras leía, encontré una receta para atizar el fuego del maridaje. Dice así: “[hay que] cantar a nuestra mujer […] Para que nuestra mujer nos ame”.
Sí, en efecto, vale ir al karaoke y dedicarle la canción de enamorados o cantar con voz de gallo degollado el tema romántico de temporada (excepto Bad Bunny). También vale sorprenderla vestido de mariachi con micrófono en mano o hacer la fonomímica en calzoncillos. Sí, vale. Pero, esta receta no habla de ello, aunque se pueda interpretar así. Habla de otro tipo de canto, de un encantamiento.
El consejo proviene de un indígena amazónico del pueblo shuar, Jorge Caringkia. Dice que su padre y, especialmente su abuelo, le enseñaron a cantar para que su mujer siempre lo ame. Jorge, sin embargo, no precisa cómo, pero comprendo que se trata de un canto personal y propiciatorio, de una férrea y tierna voluntad que termina en apapacho (abrazo cariñoso). Lamentablemente, la negligencia de la cultura popular peruana ha transformado este encantamiento de amor en “brujería”, “hechizo”, “amarre” o “pusanga”, es decir, en un comercio ritualista y desleal que intenta condicionar el amor no correspondido.
Pero, nuestro “hechizo”, nuestro encantamiento, es de otra raza. Tiene otra firma. No es de mercado, de la calle, del comercio. Es gratis, ya que todo canto de amor es un reflejo del alma, es un deseo correspondido, es un acto propiciatorio firmado con eternidad.
––¡Ya pues, mucho chamullo, cómo se canta ese canto?
Tranquilo, muchacho. Va mi receta, porque Jorge solo inyectó la idea. Primero, debes saber que la amas, eternamente, ¿verdad? Segundo, debes tener sentimientos sublimes hacia ella, porque serán la letra de tu canción. Tercero, hay un latido en tu corazón, un ritmo que es provocado por tus sentimientos hacia ella; esta es la melodía. Cuarto, en tu mente tienes que repetir esas frases sublimes junto a la melodía, constantemente. Poco a poco, en tu meditación, en tu concentración, habrás creado estrofas y tal vez un coro. No son necesarias las rimas y las palabras rebuscadas, solo sentimientos sinceros. Quinto, afina la garganta, cierra los ojos, concéntrate en la canción y canta, a solas. Memoriza. Sexto, cuando estés con ella, disimuladamente tararea la melodía, y sonríele, y acaríciale. Séptimo, repite la operación varias veces. Y ya está, ya tienes tu mantra de amor a la mujer amada, tu encantamiento. Así que amigo, empieza a cantar, porque como dice Jorge: “Si no sabe cantar a su esposa, viven mal, peleando”.
Foto: La Leyna escuchando mi tarareo. Me dijo que no le gustó, que soy un hipocritón. Ñe, ñe, ñe…
Nota. El testimonio de Jorge Caringkia, se puede hallar en la página 480 del siguiente texto: Arahuate Manizari, M., Caringkia, J., Gualinga Chuji, J., & Tsetsekip Santi, M. (2023). El conocimiento en la Alta Amazonía. Voces indígenas de los pueblos urarina, shuar y shiwiar. En P. Quintanilla, H. C. Barrett, M. L. Cepek, E. Fabiano & E. Machery (Eds.), Epistemologías andinas y amazónicas. Conceptos indígenas de conocimiento, sabiduría y comprensión (pp. 471–490). Fondo Editorial Pontificia Universidad Católica del Perú.
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