Guardar el sábado o el domingo, una vieja discusión de dos corrientes del cristianismo que no avisora final, ya que, de vez en cuando, a una de las ramas le gusta cernir la misma harina, no sé si para afianzar su posición o para replicarle a la otra su error.
Yo quiero deslindar al respecto. No utilizaré argumentos teológicos ni bíblicos, sino los que conozco y he vivido.
Mi padre es Pastor de la iglesia Adventista del Séptimo día. Conoció a mi madre en el internado del Colegio Unión de Ñaña, en Lima, Perú. Seguí y aún sigo los pasos de mi padre. Me bauticé a los 13 años. Estudié en el internado de Ñaña una parte de mi secundaria. Fueron días reconfortantes. Los viernes por la tarde empezaban los rituales del sábado. Los sábados eran días dedicados al culto y al estudio de la Biblia. Sentía algo difícil de explicar, una mezcla de tranquilidad, devoción, contemplación, reflexión, canto y quietud. Terminaba el día con los espléndidos juegos sociales y el Club de Conquistadores. Cómo me gustaba el séptimo día ¡Feliz sábado!
Mi padre salió del país cuando yo era pequeño. Me quedé con mi madre y su pareja. Mi segundo padre es un hombre católico, no uno de domingo, no, es un católico funcional. Asistíamos a misa solo los días de su cumpleaños. No escuchábamos la homilía ni recibíamos el Cuerpo de Cristo, sino que paseábamos por la Basílica Catedral del Cusco. Allí, él me contaba las historias de cada virgen o santo y sus respectivas bondades. Cerrábamos el circuito catedralicio imponiendo las manos en la piedra de Wiraqocha, el Supremo Dios Inka, para pedirle fuerza y salud. Con mi segundo padre bebí las lecciones del catolicismo quechua-andino popular.
Pero también, mi segundo padre bebía de los frutos de la tierra y del cosmos, no en el sentido productivo, sino en el místico. Es un practicante de la religión quechua-andina contemporánea. Ofrece su kintu de coca a los Apus, los espíritus tutelares de los cerros, y las primeras gotas de su bebida las tink'a a la Pachamama, la Gran Madre Cósmica. Cuando vivía con él, en su casa de campo, mirábamos al sol, tratando de disimular nuestra imperiosa necesidad de exclamar Tayta Inti con devoción y naturalidad. Otras veces, íbamos a las quebradas, a media noche o en las madrugadas, para soltar el agua de riego, pero aprovechábamos para escuchar el ensordecedor ruido del río golpeando las piedras, o experimentábamos alguna señal que él interpretaba como mística. No hacíamos esto los sábados, ni los domingos, sino los días que debíamos hacerlo.
En la universidad me hice ateo, convicto y confeso. La ciencia fue por mucho tiempo un escudo infalible. Pero la carrera que estudié estaba lejos de abrigar un ateísmo o un cientismo positivista intolerante. En antropología, las ciencias sociales a veces se sacralizan, o mejor dicho, la gente de antropología encuentra en la universidad la forma de seguir adelante con sus pensamientos y prácticas religiosas, pero bajo un disfraz académico. Fue así que de ateo, me reconvertí a devoto del Señor de Qoyllurit'i, el Mago del Nevado, el Señor del Camino Resplandeciente.
Pero fue en la universidad que conocí a mi maestro ayahuasquero. Él me jaló con un hilo muy fino y paciente a la práctica shamánica. Bebí el brebaje, la medicina del alma, la bebida de la conciencia, la Ayahuasca. Mi maestro me entrenó en dietas, ayunos, purgas y sesiones, allá en el Centro Wanamey, en Pillcopata, distrito de Kosñipata, justo donde mi abuelo, un siglo antes, había forjado su hacienda y en donde había nacido mi madre. Regresé al útero.
En cada paso de mi vida, mientras abrigaba un tipo de religión, desechaba las otras. Fue así que pasé de Católico Apostólico y Romano a ser Adventista del Séptimo Día, luego a Católico otra vez. De Quechua-andino al Ateísmo, luego al Shamanismo amazónico, luego de retorno y otra vez.
En últimos cuatro años fui acogido en una comunidad católica, la de los Misioneros Dominicos. Compartí un tiempo con ellos en las Misiones del Bajo Urubamba, el valle de La Convención en Cusco. El Padre que regentaba una de las Misiones realizaba las misas todos los días, a las 7:00 pm, donde asistíamos los que estábamos en la Misión. Las misas de los domingos, a las 8:00 am, eran para todo el pueblo. El resto de la semana, el Sanctus Pater como me gusta llamarlo, atendía en su despacho a la gente que acudía a él, o también subía a su moto para ir por el pueblo solucionando problemas o pastoreando a sus ovejas. Siempre con una sonrisa, un consejo, una mano fraterna. Yo admiro su elocuencia y sutileza para decir las verdades. No hay persona más respetada y querida en ese pueblo.
Al mismo tiempo, mientras me alojaba en la Casa Misión, mi esencia shamánica seguía de cerca a los nahuas y yaminahuas de la zona, ayahuasqueros consumados. Compartí con el ellos el brebaje. Me invitaron. Canté con ellos, vibré en diversas tonalidades, colores, formas y aspectos. Vi quiénes eran realmente, su esencia, su aspecto pretérito y fuerte. Noté su motivación de tomar la Planta: endulzar el corazón del Padre, del Padre de la Misión, quien ya de por sí tenía el corazón dulce. ¡Qué domingos aquellos llenos de pleno descubrimiento!
¿Qué les puedo decir entonces? ¿Sábado o domingo? ¿Católico, Adventista, Paqo o Shamán? ¿Cabría acaso un deslinde? ¿Y si así fuera, de qué tipo sería, filosófico, teológico, funcional, práctico, Bíblico? Se me ocurre, a modo de broma, que los Adventistas llevan la ventaja, porque guardan el sábado por regla y el domingo por tradición, así que guardan dos días. Los Católicos, en cambio, sólo guardan el domingo (medio día en caso de los Misioneros Dominicos). Adventistas 2, Católicos 1.
Por su parte, los paqos y los shamanes amazónicos chambean cuando se requiere chambear, cuando el paciente amerita. Siguen su práctica trascendental cuando visitan las paqarinas y las huacas, sus fuentes de origen y poder, o cuando se adentran en la selva, solos, con la Planta Maestra, para desentrañar el mensaje del cosmos o de los seres supremos que viven o se manifiestan en sus visiones.
Siendo así porque es así, yo guardo, por lo tanto, los sábados, los domingos, los lunes, los martes, los miércoles, los jueves y los viernes. No me detengo en el dilema. Los únicos días que no guardo son aquellos que mi falta de paciencia los echa a perder.
Cusco, sábado 12 de setiembre de 2020.
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